Pasan los días, Alendra
“El tiempo va pasando, no retorna
nada de lo vivido;
el dolor, la alegría, se confunden
con la débil memoria,
después en el olvido son cegados.
y al dolor agradeces
que se desborde de tu frágil pecho
la firme aceptación de la existencia”.
(Francisco Brines).
Pasan los días como el agua que escapa entre las manos una mañana fría de invierno delante del espejo y así intento recordar cómo sucedió, qué hubo de verdad en aquellos lugares de mi infancia, cuánto cielo sobrepasado en mi frente. Y no consigo recordar demasiado de todos los pasos que me han llevado hasta aquí, delante del espejo en esta mañana fría.
Sí recuerdo que de pequeño quería ser santo. No tenía ninguna otra aspiración. No tenía más anhelo que el de ser bueno y pasar desapercibido. Quería evitar a toda costa el dolor. Lo aborrecía como una madre aborrece a sus crías porque sí, porque ya no quiere estar más con ellas. Y con ello no imaginaba todo el dolor no sanado que encerraba este hecho.
Desde esta imagen que hoy conmueve mis adentros escribo a medida que mi corazón se va sanando poco a poco porque ha comprendido el dolor. Lo ha aceptado como una madre bondadosa y llena de ternura. Como un todo que forma parte del camino, con sus curvas y atajos, con sus pendientes y cambios de sentido, necesarios para comprender este viaje débil de memoria.
Y el tiempo va forjando un cosmos que a veces no comprendemos y que nos enfrenta de lleno al dolor, a la tristeza, a la alegría al gozo para hacernos ver que formamos parte de un todo, que somos los propios diseñadores de nuestra realidad, los artesanos empeñados y hacendosos que poco a poco van creyendo en “la firme aceptación de la existencia”.
