Sí, mucho se ha escrito a lo largo y ancho de nuestra historia acerca de los lobos. Parece que la rivalidad entre estos y el hombre, ambos predadores que comparten los mismos gustos y que persiguen la misma caza, se remonta al neolítico.
No obstante, la huella que la figura del lobo ha dejado desde entonces en la humanidad está fuertemente arraigada al subconsciente y todavía permanece en el imaginario colectivo. La mitología, la filosofía, el folklore, la literatura, el cine, están llenos de alusiones a este fascinante animal. Podemos hablar, por ejemplo, del mito de la fundación de la cuidad de Roma. Dice la leyenda que una loba rescató del río Tíber a los gemelos Rómulo y Remo y que los crió y amamantó como si fueran sus propios hijos. Aquí la loba encarna la luz, la fecundidad. Otros mitos resaltan también el aspecto benéfico del lobo como símbolo de fuerza y valor.
Pero la tradición no siempre nos presenta el rostro más afable y tierno del famoso cánido, en la mayoría de los casos el lobo simboliza la oscuridad, el engaño, la voracidad. La figura del lobo representa un papel fundamental en muchos de nuestros cuentos infantiles, tal es el caso de El lobo y las siete cabritillas o El lobo y el zorro, de los hermanos Grimm. No, no me he olvidado de Caperucita roja, más bien, considero que esta historia merece una mención especial. Incluido hoy en la Literatura Infantil, este cuento, en su versión original, estaba dirigido al público cortesano del siglo XVII. Con este Perrault pretendía advertir a las jovencitas del peligro que suponía entablar una relación con desconocidos (por su puesto, aquí no hay ningún leñador que al final arregle el desastre) . Qué lejos ha quedado esta primera intención, sin embargo, en nuestros días resulta tan peligroso como entonces dejarse seducir por “los lobos del bosque”, yo misma me he topado con alguno de ellos en más de una ocasión…
La figura del lobo también ha dejado amplia huella en nuestro refranero, de modo que de pronto podemos ver lobos disfrazados de corderos, fanfarrones y fanfarronas (o caperucitas) con demasiados lobos, personas que se pasan la vida advirtiendo de que viene el lobo (y cuando viene de verdad, ya nadie les cree), ingenuos que le ven las orejas al lobo demasiado tarde, valientes que se meten en la boca del lobo, lobos solitarios, insaciables lobas hambrientas de qué se yo… o podemos pasear por la ciudad de París una noche de luna llena y encontrarnos al hombre-lobo.
Lo que quiero decir es que al parecer dentro de cada uno de nosotros hay un lobo (o más de uno), a veces tan oculto, tan reprimido, que tiene que recurrir a la relajación del sueño para dejarse ver. Al menos eso es lo que me ha ocurrido a mí. Sin ir más lejos, la otra noche aquel que yo creía mi príncipe azul (otro personaje de cuentos, en este caso de hadas, ¿harina de otro costal?), que de pronto era uno de esos hombres que se convierten en lobo como en la saga Crepúsculo, estaba con sus amigos junto a un centro comercial, según pude deducir, esperando a otro lobo para batirse en duelo con él. Yo también estaba cerca de la salida del edificio cuando vi a través de los cristales que ya llegaba el horrible lobo negro, me estaba mirando y se dirigía a la salida que había enfrente de mí. Yo entonces miré al chico metaforfo, que llevaba una camiseta negra con su nombre estampado en letras rojas, y le hice una señal para advertirle de que el lobo ya había llegado y saldría por esa puerta. Cuando volví a mirar hacia los cristales el lobo había desaparecido, supuse que se había percatado de mi aviso y había vuelto sobre sus pasos para salir por la puerta trasera y poder así atacar por la espalda al joven príncipe-lobo.
Estaba tan aterrada por lo que pasaría después que el miedo hizo que me despertara sin conocer el desenlace…
Sin embargo en mi mundo onírico, al igual que en nuestra tradición de relatos y mitos, no siempre aparece el lobo como símbolo de lo malvado. En otra ocasión un sueño me mostraba el otro rostro de tan hermoso animal. No sé dónde estaba entonces ni quiero acordarme de con quién, pero el caso es que dos lobos enormes se acercaron a nosotros galopando. Uno de ellos, el mío, y digo mío porque en el sueño yo sentí que lo era, se paró junto a mí, me dirigió una mirada firme y penetrante que me inspiró un profundo respeto y a la vez confianza, y acto seguido inclinó su cabeza con un gesto que me invitaba a montarlo como si de un caballo se tratara. Sin dudarlo ni un instante me agarré a su pelo de color marrón caoba, suave y reluciente.
Así, corriendo a lomos de tan elegante animal llegamos a una especie de almacén, un extenso espacio diáfano con paredes de un gris muy claro, muy bien iluminado, a través de cuyas ventanas entraba a raudales la luz blanca del exterior. No había más que una caja registradora sobre un mostrador rectangular en una de las esquinas de la sala y un mueble expositor, más alto que ancho, en la de enfrente. El lobo se paró delante de la estantería y con su hocico apuntó a uno de los productos que allí se exponían, como queriéndome recomendar que lo comparara. Era una especie de batuta. Entonces se acercó a nosotros una joven dependienta, por cierto muy amable, a enseñarme para qué servía aquella cosa. Eché un vistazo general alrededor y vi que de pronto la sala se había convertido en un lugar desordenado, lleno de chismes y muy sucio. La chica cogió aquella especie de palo, dibujó con él unos cuantos círculos en el aire y, ¡voilà!, en un abrir y cerrar de ojos todo volvía a estar limpio y ordenado, ¡era una varita mágica! No sé si compré o no la varita, tal vez me desperté inmediatamente después de ese alarde de magia, o quizás simplemente el final no era lo importante y por eso no lo recuerdo, lo que está claro que a más de uno nos habría encantado que algo así existiera en la realidad…
Y es que estos sueños míos con los lobos me remiten a la siguiente leyenda de la tribu de los Cheerokees. Un anciano hablaba con sus nietos acerca de la vida cuando les dijo: ¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí, es entre dos lobos!
Uno es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo, egolatría, competencia y superioridad… El otro es bondadoso; es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, dulzura, generosidad, benevolencia, amistad, empatía, verdad, compasión, fe…
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de vosotros y dentro de todos los seres de la tierra. Los nietos lo pensaron un momento y uno de ellos preguntó a su abuelo: – “ ¿Y cuál de los dos lobos crees que ganará?”
El sabio anciano simplemente respondió: – “¡ El que tú alimentes!”
Así que amigos, hagan sus apuestas, no sabemos cuánto durará la contienda, lo más probable es que dure toda la vida, pero al final, aunque sea de hambre, uno de los lobos debe morir.
Entre tanto, intentemos al menos encontrar el equilibrio